Kevin Lane dirigió la rehabilitación de «Ricococha Alta», una de las 18 represas prehispánicas de la zona, para preservar el patrimonio arqueológico y llevar agua a trescientos vecinos de Pamparomás. Ahora hay que esperar las lluvias de octubre a marzo para llenar el dique.
Un investigador del Conicet lideró la rehabilitación de una represa prehispánica, a 4.600 metros de altura, en los Andes peruanos, que el año próximo volverá a funcionar por primera vez en 500 años, preservando el patrimonio arqueológico y con un costo de construcción diez veces menor a las modernas versiones de cemento.
«Se trata de un proyecto piloto para probar que esta tecnología prehispánica funciona y todavía se puede utilizar en tiempos modernos», dijo a Télam el arqueólogo Kevin Lane, director del proyecto e integrante del Instituto de las Culturas (Idecu, Conicet-UBA).
La represa en cuestión se encuentra en la provincia de Ancash, y la expectativa es garantizar las necesidades de agua -para consumo personal, cultivo y ganadería- de una población de hasta 1.200 familias en el distrito de Pamparomás.
«La fase de construcción del proyecto ya está terminada. Ahora estamos esperando las lluvias de octubre a marzo del año que viene para ver llenarse el dique, de una capacidad de 15 mil metros cúbicos de agua. Como allá no hay glaciares, se espera que la represa contenga las aguas de las lluvias y manantiales», dijo.
El proyecto -del que participaron especialistas en arqueología, arquitectura e ingeniería agronómica- contó con la autorización del Ministerio de Cultura de Perú y fue financiado con un presupuesto de 100 mil dólares otorgado por la Fundación alemana Gerda Henkel.
La rehabilitación se aplicó a «Ricococha Alta», una de las 18 represas prehispánicas de la zona, construidas a partir del Horizonte Medio (750-1000 d.C.) en adelante por el pueblo de los Huaylas y después por los Incas (1400-1532 d.C.).
«Estas represas surgen en un momento en que los Andes en general se vuelven más cálidos y secos, impactando seriamente en el abastecimiento de agua», explica Lane, quien realizó su doctorado en Arqueología en la Universidad de Cambridge en 2006.
El científico, que estudia hidráulica prehistórica desde 1999, en los últimos seis años como investigador del Conicet, explicó que «elegimos empezar con esta represa porque es de fácil acceso no solo para los trabajadores sino para el material que necesitamos utilizar» y porque «estaba en buenas condiciones en un 70% (de la estructura), lo cual es increíble».
Lane explicó que en esta zona de la denominada «Cordillera Negra» – «que se llana así porque no tiene un glaciar encima»- está vinculada a «una comunidad que reclama agua» – la de Cajabamba Alta de unas 200 familias-, porque se trata de «campesinos que se dedican a la cría de ganado vacuno y necesitan el agua para cultivar alfalfa y mejorar la calidad del ganado, porque tienen una fábrica artesanal de quesos, que es uno de los ingresos importantes de divisas».
Por el cambio climático, que hoy afecta a todo el distrito de Pamparomás, las aguas de lluvia en la zona se han vuelto más escasas e impredecibles y del 2020 al 2021 hubo una fuerte sequía.
La solución moderna a la escasez de agua para la población de esa zona sería la construcción de micro represas (de hasta 100 metros de largo) de cemento.
«Éstas normalmente se construyen en sitios donde ya existen represas prehispánicas. La razón es lógica, están ubicadas en las cabeceras de los valles donde la geología local permite un buen estancamiento de agua llovediza, pero destruirían el patrimonio cultural existente», explica Lane.
Por otra parte, la construcción de represas modernas requiere de un mayor presupuesto y la importación de conocimientos de ingenieros y de arquitectos que las comunidades locales no tienen.
«Las represas de cemento también son muy caras, en el orden de un millón de dólares hacia arriba, y su gestión demora normalmente de tres a cinco años. Nosotros tardamos un año», detalló Lane.
«También, al ser de cemento, tienden a ser muy rígidas frente a los temblores frecuentes de la zona, llevando a que fallen con el tiempo, en un lapso de veinticinco a treinta y cinco años. Cuando fallan, las comunidades de la zona no tienen ni los recursos financieros ni el conocimiento para arreglarlas», agregó.
Otra ventaja es «una impronta de carbono bajísima» en comparación a la represa de cemento «porque usamos material que ya está ahí».
«Lo que ha pasado con la comunidad y ha sido muy interesante, es que ellos querían represas de cemento porque lo llaman ‘material noble’, pero lo que sucede es que los últimos ocho o nueve años las micro represas de concreto han empezado a fallar y las poblaciones no tienen la plata para restaurarla», dijo.
En ese sentido, mencionó como «un completo fracaso» la experiencia de una represa de cemento construida totalmente de cero que «duró sólo seis meses», hasta que un sismo «la quebró».
El arqueólogo explicó que «originalmente la represa tiene dos murallas, una interna y externa, y un núcleo de tierra, arcilla y piedra», diseño y materiales que se respetaron en la rehabilitación.
«Lo que hicimos es un estudio a fondo de cómo fue construida en el pasado y la hemos hecho exactamente igual; excepto por algunos avances tecnológicos de los últimos 500 años que hemos incorporado», dijo.
En ese sentido, explicó que «hemos metido adentro del muro una geo membrana, un material moderno que ayudará a mantener la impermeabilidad» y mejorar el represamiento de la estructura, permitiendo que se mantenga en pie «por lo menos durante 500 años más».
Se estima que en la Cordillera Negra de los Andes norcentrales podría haber restos arqueológicos de 350 estructuras de represas prehispánicas.
«Estamos considerando replicar esta experiencia en otras regiones con escasez de agua», concluye el investigador del Conicet.
«Mi idea es rehabilitar el año que viene una más, la represa de Sacracocha que está a 4.550 metros de altura, en la misma área, pero le pertenece a otra comunidad», dijo.
En Argentina también se han descubierto represas prehispánicas que fueron utilizadas para el riego agrícola. Por ejemplo, en la puna jujeña la arqueóloga argentina María Ester Albeck, en la década de 1990, registró al menos cuatro obras prehispánicas de ese tipo construidas por los casabindos, un pueblo originario.
En el 2018, la investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu) Lorena Grana y colegas hallaron la primera represa prehispánica registrada hasta la fecha en la puna catamarqueña, específicamente en Antofagasta de la Sierra.
Esta obra habría permitido almacenar al menos 370 metros cúbicos de agua para recomponer el caudal y extender el riego agrícola a zonas más lejanas.
«En la actualidad estamos evaluando la posibilidad de realizar una réplica de esta represa en otros sectores de la región. Tanto la represa como los canales prehispánicos están construidos de forma muy sencilla usando simplemente bordos de tierra y rocas. A pesar de su sencillez, esta tecnología permitió a los campesinos del pasado generar oasis agrícolas en una región con alto índice de aridez», explica Grana, doctora en Arqueología e integrante del Instituto de Datación y Arqueometría (InDyA, Conicet- UNJu).
Para la investigadora del Conicet la meta no es sólo aspirar a una réplica, sino a generar, a través de la revalorización de los saberes ancestrales, un proceso de aprendizajes y diálogos entre las familias agropastoriles interesadas, equipos de investigación e instituciones para encontrar de manera conjunta estrategias de manejo de agua sustentable a los problemas socio-ambientales que hoy atraviesan.
Fuente: Télam