Hoy cumpliría 91 años el papá de Mafalda, lo evocamos en un recorrido por sus expresiones y abordajes tan singulares sobre democracia, política y DD. HH.. Opinan tres de sus amigos, editores y/o colegas.
Quino llegaba al mundo en Mendoza, un día como hoy de 1932, aquel artista precoz que con solo tres años pudo descubrir su vocación por medio de un tío pintor y a los 13 años dejaba de estudiar Bellas Artes porque le aburría, para elegir la historieta -luego, su vocación de por vida-: claramente la mejor decisión que pudo haber tomado. Hace 60 años salía a la luz Mundo Quino (1963) su primer libro de humor, prologado por Miguel Brascó, donde se recopilaban sus dibujos de humor gráfico mudo y un año clave, porque fue cuando nació Mafalda, aunque ella aparecería en una primera publicación recién al año siguiente.
Caracterizado por ser un genio del humor gráfico con una mirada tan aguda como sensible, estuvo exiliado en Europa durante la dictadura pero nunca fue ajeno, sino comprometido sobre los temas que movilizaban a su país, preocupaban y eran clave para el pueblo argentino. Tampoco todo era color de rosas pese a su notable portación de talento: «En un momento dejaron de publicarlo en El País de España, porque decían que su página era muy deprimente», nos marca la dibujante Isol.
Con motivo de un nuevo aniversario del nacimiento de este historietista que hizo escuela y en coincidencia con el 40° aniversario del retorno a la democracia a fines de este 2023, lo homenajeamos al recorrer sus expresiones, aportes e ideas con el foco en cómo abordaba las cuestiones sobre democracia, política y derechos tanto humanos como universales. Dan su valioso testimonio tres referentes: amigos, editores y/o colegas a quienes consultamos especialmente para honrarlo en esta fecha particular.
Al proponerle pensar acerca de cuál observa como el mayor o más popular legado del historietista, tanto en materia de derechos humanos y/o universales como en política y democracia; Isol, responde: «Lo más hermoso es que haya llegado a tantas personas de diferentes generaciones, contagiando inteligencia, ofreciendo una mirada comprometida con su idea del mundo desde su sitio humilde de dibujante y buscando siempre algo verdadero, sin prejuicio acerca de qué tipo de lector es el ‘target'».
«Quino contagia su libertad creativa, su mirada aguda para no estar tan cómodos con un mundo que es injusto. Apunta con su lápiz a esos lugares de conformismo, apunta al poder establecido, como todo buen artista hace. Sé que en un momento dejaron de publicarlo en El País de España porque decían que su página era muy deprimente… Y, hay que bancarse esos piquetitos en el ojo»
Isol.
Además, la autora de La costura señala varias singularidades manifestadas por Quino a través de sus obras. «Su lenguaje es maravilloso, al combinar los textos y la imagen de manera tan certera nos ha enseñado mucho a los que seguimos de alguna forma su camino. Nos ha enseñado que no se subestima al lector, que podemos hablar de cualquier cosa si encontramos la forma y si tenemos algo para decir. Y que nos podemos reír de cosas tremendas sin perder la ternura, podemos reírnos de nosotros mismos para crecer. Vernos en nuestra verdad, ver las incoherencias entre lo que decimos y hacemos, plantearnos nuestras relaciones con el mundo desde un lugar de conciencia y pensamiento sincero, es algo muy valioso para una sociedad mejor. Y encima, hasta es gracioso, liberador».
Para Tute: «Quino hizo un trabajo importante como humorista gráfico y como despertador de conciencias, toda su obra tuvo y tiene en tantas generaciones la lucidez de su humor: fue el padre del humor gráfico moderno, es el maestro de todas las generaciones que son mis maestros directos, empezando por mi viejo (NdR: Caloi) y siguiendo por Fontanarrosa, Sendra, Tabaré, Crist, etc., todos ellos se referenciaban en Quino; complejizó el humor de esos grandes dibujantes que quizá tenían uno más acotado a facetas -personajes de una sola cara- y con la irrupción de su humor vino a complejizar al humor y a nuestro nuestro oficio».
Asimismo el ilustrador cuenta que pasó de admirarlo desde muy joven, al punto de parecerle Quino un personaje bastante inalcanzable, hasta llegar a ser su discípulo directo, lo cual agradece: «Fue un verdadero privilegio que nunca me animé siquiera a soñar. Increíble». El mismo que a sus 17 años aprendió de recibir unos primeros «consejos lapidarios», cuando apenas comenzaba en el oficio, pues su colega «era un tipo frontal, decía siempre lo que pensaba» -describe-; llegaría a consolidar una amistad.
El maestro falleció el 30 de septiembre de 2020, con 88 años; ya se había quedado ciego pero incluso hasta el final les pedía a sus sobrinos que le leyeran la viñeta dominical de Tute en la revista de La Nación y les preguntaba cosas… «¡Qué grande, Quino, un genio!», relata él con emotividad.
«Quino reunía dos cosas muy en oposición: la filosofía de este ‘viejo sabio’ y al mismo tiempo la ternura de un niño, nunca perdió a ese pibito que le permitía un pensamiento muy lúcido y lateral para mirar la realidad»
Tute.
El autor de Mabel y Rubén, agrega: «Se pueden advertir esas dos características reunidas en toda su obra: tanto en Mafalda con todos sus personajes, como en las páginas dominicales que me parecen de igual intensidad o mayor -si bien por ahí no tuvieron un público tan grande como el de las tiras-; tenían una hondura que además fue creciendo con los años».
Según Daniel Divinsky -su histórico compañero laboral, editor en De la Flor y amigo de toda la vida-, Quino era apartidario, pero ya se sabe que (casi) todo es político. «Era un hombre muy comprometido políticamente; se crió en un hogar de republicanos españoles donde eran comunistas, tenía una tía comunista que vendía bonos de la tan famosa campaña financiera de ese partido para recaudar fondos hace muchos años. Nunca militó en ningún partido político, obviamente siempre fue un tipo absolutamente democrático».
«Hay una tira verdaderamente significativa que publica cuando se produce el golpe de Estado que derroca a Illia, donde Mafalda aparece interrogándose: ‘¿Y entonces, lo que nos enseñaron en el colegio?’, realmente tenía que ver con su defensa a la democracia -sigue-. Después, recuperada la vida democrática en 1983 él fue un ferviente partidario de Alfonsín, le declaró su amistad y le dedicó dibujos sin acercarse nunca al Partido Radical como militante».
«Mafalda te daba la posibilidad de ser leída a lo largo de toda una vida. Recuerdo haberla leído por primera vez con pocos años, donde supongo disfrutaba de las tiras más tiernas, inocentes o ingenuas, pero a lo largo de la vida la fui releyendo y encontrando distintas capas: era una tira compleja, de muchas capas de lectura. Hasta Quino el humor gráfico se ocupaba de la crítica política y social del país, a nivel nacional, y él vino a poner el foco en el mundo entero, tenía una preocupación ecuménica hasta el punto de incluir al globo terráqueo en esta tira, casi como un personaje más, con un protagonismo enorme», explica Tute.
Y nos cuenta que recuerda haber charlado con su colega mendocino poco tiempo antes de su partida. «Se preocupaba por lo que estaba pasando en Medio Oriente, lo decía de forma absolutamente genuina, me contaba que no podía dormir: le afectaba profundamente lo que pasaba en cualquier parte del planeta. Esa honestidad intelectual y humanidad se traslucía también en su laburo», remarca el autor de Superyó.
«Era un filósofo que hacía humor. No tenía una propuesta de cosas que hacer, sino más bien lo que no hacer o lo que discutir y cuestionar», opina Divinsky al respecto de aquellos aportes fundamentales, legados del dibujante. Lo profundiza desde una anécdota: «Saramago, el año que le dieron el Premio Nobel y se cruzó por única vez con Quino en la Feria del Libro de Frankfurt, lo primero que le dijo fue: ‘Mafalda fue mi maestra de Filosofía, debería ser obligatoria en las escuelas pero no en las primarias sino en las universitarias’. Y Quino se ruborizó mucho porque era lo menos pagado en sí mismo, el único que no se creía Quino entre toda la humanidad. Además, inculcó el cuestionamiento; el primer tomo de Mafalda en italiano (le agregaban títulos, no tenía solo el número) fue La contestataria, efectivamente: propulsó la necesidad de oponerse, de cuestionar todo o casi todo.
Por su parte Isol, subraya: «Quino fue parte de mi educación filosófica, yo recortaba su página de la revista Viva de Clarín a mis 12 o 13 años, fascinada por su humor y su mirada sobre el mundo y las personas. Hay un montón de historietas de Mafalda que hablan de la empatía por el otro, de los temas profundos, de la mezquindad humana, de la libertad. No por nada el personaje Libertad tenía una mamá universitaria, traductora e intelectual. Era una época muy intensa políticamente. Desde un lugar tierno y cotidiano, Quino jugaba con los tópicos de la revolución, las ideologías y el capitalismo».
«Esa mirada desde el niño, en Mafalda, le permitía mostrar con humor ciertas situaciones. El niño puede desconocer la convención del sistema, y volver a extrañarse de eso, cuestionarlo. Mafalda, como pasa con los niños y adolescentes, pensaba que era posible y necesario cambiar el mundo por uno más justo y solidario -amplía la ilustradora-. Pero sus trabajos no eran panfletarios, eran chistes sobre verdades que al salir a la luz, de la forma en que él las exponía, nos ponía a pensar sobre eso».
Divinsky, reflexiona: «En cuanto a los derechos humanos es evidente que aparece en casi cada una de sus páginas enteras de humor (no tanto en las tiras que están centradas en los personajes) que salían en la revista Viva, el diario El País y en muchos otros lados. Ahí aparecen eso y por otro lado su ferviente ateísmo, Quino era un anticlerical».
«Incluso en El País tuvo algún problema, porque le objetaron una página que se burlaba un poco de las creencias religiosas -finalmente se publicó pero tuvo unas reacciones muy violentas por parte de algunos lectores- y esto lo conservó hasta el final. Una cosa notoria es cuando ‘salió con los tapones de punta’: usaron la figura de Mafalda para la campaña política de un dirigente de un partido con el que no tenía ninguna simpatía»
Daniel Divinsky.
«Cuando un artista muestra de una manera nueva, con humor y poesía, como lo hacía él en sus páginas, alguna una situación injusta, ridícula, opresiva, llega con mucha fuerza porque nos agarra en un ánimo de risa y nos habla como a pares, desde un lugar de inteligencia compartida, de cierta complicidad (como diciendo: ¿Vos también lo ves?). Sus dibujos eran realmente maravillosos, las expresiones, los espacios, todo eso que podía hacer en una página entera eran obras de arte. Y un arte popular», destaca la artista gráfica Marisol Misenta -su nombre formal- por su parte.
Isol continúa, y lo ejemplifica: «Recuerdo ver en un local de fotocopias donde iba, una reproducción en la pared con esa escena donde están un montón de señores con traje dentro de un bote en la tormenta con un solo hombrecito en camiseta remando, agotado, y uno de los ricachones le dice: ‘¿Cómo que no rema más? ¡¡Me extraña, Fernández!! ¿Estamos o no estamos todos en la misma barca??’. No sé qué pensaría el jefe en ese lugar, pero los empleados con esa imagen estaban marcando algo, a ellos les hacía gracia ese chiste, ese discurso… Y así hay muchísimas».
Su exeditor, abogado y gran amigo nos comparte una data mediante la que reactualiza al tiempo que reafirma la vigencia del dibujante prodigio, Joaquín Salvador Lavado Tejón. «Actualmente se está filmando un largometraje documental, que incluye un compendio de entrevistas testimoniales: se llama Quinografía», concluye Divinsky.