A 126 años del nacimiento del poeta y el primer año en el que se celebra el Día de la poesía entrerriana en su honor, entrevistamos a Gustavo Fontán, director de La orilla que se abisma, documental inspirado en su obra.
Nacido en Puerto Ruiz, Gualeguay, Entre Ríos, el 11 de junio de 1896, Juan Laurentino Ortiz es considerado actualmente uno de los mejores poetas de nuestro país. Sus primeros años de vida los pasó en la selva montielera de la región centro-norte de la provincia, experiencia que marcaría su modo de escribir poesía. Luego de realizar sus estudios en la Escuela Mixta de Maestros de Gualeguay, inició la carrera de Filosofía y Letras en Buenos Aires. Retornó a la provincia en 1915, trabajó en el Registro Civil, se casó con Gerarda Irazusta, tuvo un hijo y allí vivió hasta su jubilación, que lo llevó a Paraná, donde falleció en 1978 a los 82 años.
Su vida fue humilde, entregada a contemplar el paisaje natal. Tras una travesía en barco por Marsella y un viaje a China en los años 50, el resto del tiempo lo paso en su tierra.
Su afinidad fue con autores como Paul Verlaine, Georges Rodenbach, los simbolistas belgas, Émile Verhaeren y la poesía oriental. Su obra completa se publicó en 1966.
En sus comienzos Juan L. distribuía sus propios ejemplares entre amigos y conocidos, luego comenzó a publicar sus poemas en editoriales más grandes y logro mayor difusión y reconocimiento, no solo nacional, sino que también internacional. Sus obras fueron: El agua y la noche, El alba sube, El ángel inclinado, La rema hacia el este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita, La brisa profunda, El alma y las colinas, De las raíces y del cielo y En el aura del sauce.
Con la promulgación y publicación de la Ley 10.909 en el Boletín Oficial, se instituyó el 11 de junio como día de la poesía entrerriana. El proyecto fue impulsado por el poeta entrerriano Daniel Durand.
Gustavo Fontán nació en 1960, en Banfield. Se graduó en Licenciatura en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y realizó estudios de Dirección de Cine en el Centro Experimental de Realización Cinematográfica (ENERC). Como docente, se desempeña como profesor titular en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Dirigió los largometrajes El piso del viento (Codirección con Gloria Peirano, 2022), La deuda (2019), Trilogía del lago helado (2018. Incluye Sol en un patio vacío, Lluvias y El estanque), El limonero real (2016), El rostro (2013), La casa (2012), Elegía de abril (2010), La madre (2009), La orilla que se abisma (2008), El árbol (2006), Donde cae el sol (2003).
La orilla que se abisma está planteada como un viaje, un recorrido por un río. Como los ríos, como todo viaje, la película tiene meandros, pequeños cauces, desvíos y momentos de descanso.
El film es un “diálogo” con la poética del escritor entrerriano Juan L. Ortiz, y parte de algunos interrogantes: ¿Será posible mirar y mirar, y mirar, y llegar hasta el sentido del río más allá del río? ¿Será posible mirar el paisaje hasta descubrir las dimensiones de lo que lo trasciende, es decir, lo abisma?
-¿Cómo surge la idea de realizar La orilla que se abisma?
-En el 2005, fui invitado por Luis Cámara y Pablo Feuillade, que estaban a cargo del Instituto Audiovisual de Entre Ríos, a dar un seminario. De pronto, una mañana, nos adentramos en el Paraná y en alguno de sus brazos, en un pequeño bote, y para mí fue un sacudón. No podía dejar de preguntarme: *¿De dónde viene esta luz? ¿De dónde viene este rumor? La maraña de verdes en la orilla, esa inmensidad debajo, todo eso. En ese momento, la obra de Juan L. Ortiz, y la de Saer, que me habían acompañado durante tantos años, cobraron un sentido nuevo, una energía nueva, material. Entiendo que ese es el origen: la experiencia del río, de la luz y de la orilla profundizando las lecturas.
-¿Mediante qué recursos visuales realizaste la trasposición de la poesía de Juan L. al film?
-La película es un diálogo con la poesía de Juan L. Nos propusimos mirar el paisaje que miraba Ortiz, en Gualeguay, la primera mitad de su vida, y en Paraná la otra mitad. Tomamos como principio poético que orientaría esa mirada algo que el propio Juan L. dijo en una entrevista: Se trata de cierto sentido brumoso que disuelve el contorno de las cosas para hacer sentir la unidad viviente. A partir de allí, investigamos algunas cuestiones del lenguaje que creíamos que nos acercarían a esa idea, como el trabajo con el fuera de foco, con Luis Cámara que estuvo encargado de la fotografía, o los fundidos encadenados en el montaje con Mario Bocchicchio y Gustavo Schiaffino. Esas dos herramientas nos daban la posibilidad de observar el momento en el que las cosas se tensionan, empiezan a dejar de ser o mutan. Y luego el trabajo impresionante de sonido que hizo Abel Tortorelli. El sonido acciona sobre nuestra percepción y nos vuelve vulnerables; nos acerca a una experiencia más que a una historia. La película incluye también algunas imágenes maravillosas de una película previa, La intemperie sin fin, de Juan José Gorasurreta, que hizo una observación rigurosa de Ortiz en su entorno.
-¿Cuál dirías que es el objetivo principal de su poesía y qué mensaje/s quisiste transmitirle al espectador?
Su poesía es inmensa. Y la verdadera poesía es cada vez más necesaria. A mí me impactó siempre, desde que la conozco, y vuelvo a ella cada tanto. Me alivia y me interpela a la vez. Juan L., salvo algún viaje esporádico, no se movió nunca de su Entre Ríos natal, e hizo su obra mirando siempre el mismo paisaje. Como si la experiencia de ver fuese necesariamente la de volver a ver, ver otra cosa en lo ya visto. Y desde allí creció esa obra tan conmovedora. Hay algo que dice Ortiz, que no me puedo olvidar: Sí, estamos todos cansados y nos olvidamos demasiado del oro del otoño. Acaso la revolución consista en lo que el hombre por siglos ha estado postergando: la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver cómo crecen, día a día, las florcitas salvajes.