Ubicada en Morón, la casa abre al público de miércoles a domingos. Tras dos años de restauración y puesta en valor, cada rincón invita a conocer una parte de María Elena. Maribel García, a cargo de la museografía, nos cuenta detalles de la casa y cómo ese pequeño hogar puede alojar un mundo entero.
«Había una vez una casa…muy grande, con jardín, patios, árboles frutales, gallinero, perro, gato, canarios, tortuga, bicicletas, libros y pianos», recordaba María Elena de ese hogar ubicado en Morón, en el que nació y vivió junto a sus padres y hermanos durante trece años. Esa casa, que conserva el jacarandá que inspiró la canción, fue el principio de todo: de una imaginación fértil, de las primeras travesuras, de la emoción por sabores de las comidas, de aprender los «deber ser» y poner en práctica las rebeldías. Una casa natal de por sí encierra un mundo entero, pero María Elena Walsh habitó en un universo infinito y de eso nos habla esta Casa Museo.
Maribel García es museóloga y cuentacuentos. Junto a un incansable equipo de trabajo estuvo a cargo de la museografía de la Casa Museo María Elena Walsh que abrió sus puertas el pasado 17 de julio. Tras dos años de trabajo entre la Nación, la Provincia de Buenos Aires y el Municipio de Morón, se logró restaurar la casa de la infancia de María Elena que sus padres adquirieron en 1913. Maribel destaca la amorosidad y la humanidad con la que trabajó cada una de las partes motivadas por la necesidad de que María Elena tuviera su espacio . «Cada vez que llegaba un objeto, nos abrazábamos y colgábamos en el sitio donde lo habíamos pensado y leíamos una vez más el fragmento que acompañaba y terminábamos todos llorando. Fue muy importante trabajar con un equipo sentipensante, o que aparezca en medio de una lluvia el ministro Bauer y nos pregunte a cada uno de los trabajadores cómo estábamos, si necesitábamos algo».
En la calle 3 de febrero 147 del barrio de Villa Sarmiento, en Morón, provincia de Buenos Aires, vivió María Elena hasta el año 1943 en que se mudaron a Ramos Mejía. Varios pasajes de su infancia en esa casa aparecen mencionados en sus cuentos, memorias y entrevistas. Esas narrativas y los testimonios de personas que compartieron vida y momentos con ella fueron clave para que Maribel reconstruya la esencia de cada lugar por el que sintió, vivió y creció María Elena.
«Lo primero que pensé fue en la María Elena niña, me dije: ‘bueno, acá se tiene que haber gestado todo’. El día que visité la casa por primera vez y vi el jacarandá volví a tomar las palabras que ella decía todo el tiempo: ‘yo no escribo para niños, sino que escribo desde la niña que fui’, nos cuenta Maribel para introducirnos en el universo de la Casa Museo.
-María Elena Walsh es un universo en sí misma, ¿por dónde empezó a pensar la museografía?
-Empecé por imaginarme a María Elena niña, imaginarme esa casa con gallinas, con dos patios, con tantas plantas y con las flores que cuidaba a la mamá; pensaba en ella andando en bicicleta, que le encantaba. Fue sentarme y sentir ese espacio, empezar a buscar todo el material que había y escucharla, verla viva. Todo lo que contamos tiene que ver con su palabra, usamos la primera persona para contar cada rincón de la casa. María Elena cuenta mucho de su vida en esa casa; cuenta que madre se levantaba muy temprano, que su padre era como un abuelo por la diferencia de edad que se tenían. Cuenta que ella sentía que había tres María Elena: por la mañana la que andaba en mameluco y zapatillas en una época en la que las niñas andaban en zapatos todo el día, y se subía arriba de los árboles y jugaba a las bolitas; por la tarde, cuando su mamá le ponía vestido y le enrulaba el pelo al estilo Shirley Temple y la ponía en vereda-vidriera para que todos la vieran; y durante la noche cuando se acostaba y veía que había cuatros virgencitas alrededor de ella cantando en un micrófono rombo y ella pensaba que cuando fuera grande iba a ser hombre y usar un sombrero mexicano azul. Tan inteligentes, tan graciosas y tan hermosas las formas de decir que tenía que por eso las quisimos conservar para que no se perdiera ese espíritu de María Elena niña. Y esos relatos también nos hablan acerca de cómo estaban esas niñeces, que desde esos tiempos ya estaban un poco molestas por todo lo que se los imponía, y en eso María Elena nos demuestra que hay otras formas de ver el mundo.
-Tu trayectoria nos habla de los museos vivos, participativos, comunitarios. ¿Cómo se plasma esa manera de concebir esos espacios en la casa de María Elena?
-Este es el noveno museo que tengo la posibilidad de soñar, pensar y realizar. Yo también soy narradora oral y cuando le comenté al grupo de narradores «Los 50 que cuentan», con el que vengo trabajando desde 15 años, que necesitaban unas carpetitas (tejidas) para la instalación en la cocina donde María Elena contaba cómo hacía el dulce su mamá, al tercer día, desde varios lugares del país, ya tenían listas las carpetitas para aportar a la instalación y eso es lo comunitario también. O llegar con los objetos a la casa y que los obreros de la construcción nos pregunten sobre ellos y contarles dónde iban a ser ubicados, cómo eran las habitaciones de la casa y que cada uno nos comente ‘mi mamá tenía una silla así o en lo de mi abuela había algo parecido’. Entonces, la importancia de crear en el museo un ambiente, un relación con los objetos que brinde esa cercanía, que nos permite verlos en el otro y formar parte, por un momento, de la vida de esa persona que que uno está visitando en ese momento.
-En la casa se percibe la idea de rescatar la identidad bonaerense. María Elena habla de la vida en las veredas, de sus vecinos, en ese sentido, ¿qué aspectos se destacan de esa vida barrial?
-Hay mucho de este ser de barrio en el universo de María Elena. En sus relatos aparece esta cosa que todavía conservan las y los bonaerenses, que son esos lazos entre vecinos, esa idea de que el ser vecino es también ser parte de la familia. Me encanta de María Elena que toma prestada una abuela, que es una vecina a la que ella le dice ‘la nona’, y era la mujer que cuando su mamá tenía que ir a hacer algún trámite la dejaba a su cuidado. Y María Elena vive esa infancia en medio una vida acomodada, como la que tenían ellos, y de una gran pobreza, como la que tenía ‘la nona’. Y esa ‘nona’, a pesar de sus pocos recursos, fue la que le hizo dejar el chupete a los cinco años y la que le enseñó a leer y a escribir. Otra cosa que aparece de este lazo entre vecinos es esto de ir a pedirle si algo me falta y convidarle cuando algo me sobra y eso está presente en María Elena por eso dejamos en la casa una canasta llena de limones, y elaboramos un mapa donde aparece el ir a lo de ‘doñana’, así todo junto, que era el almacén de enfrente, ir a la heladería, el hecho de saber dónde está la casa de cada vecino los hace mucho más cercanos también.
-¿Qué objetos o qué historias de los que se encuentran en la casa son los que más la conmueven o le parecen claves en la vida de María Elena?
-Es muy difícil elegir! Desde un lugar más subjetivo escuchar la canción La cigarra es algo que me desgarra porque tiene que ver un poco con que en nuestra profesión de cuentacuentos, a veces tenemos trabajo, a veces no, como le pasa a muchas personas y cuando la escucho me lloro completa. También hay algo que me gusta mucho que son los frascos de ‘Dulce de María Elena sin receta’ que hay en la cocina, unos frascos donde ella guarda el dulce que cocina como hacía su madre y le dice ‘esto es algo que no me enseñaste, madre guardadora, hago esto en memoria tuya, para que de alguna manera mueras menos’ porque ella no sabía la receta sin embargo hace ese dulce para sentir el aroma en la casa. Y eso me lleva a pensar cuántas veces perdemos a gente querida y hay aromas que nos traen sus recuerdos, sus emociones. La cocina siempre es un lugar que moviliza y cada objeto tiene mucho por decir y eso lo pudimos ver en la cara de los visitantes que se quedan parados un rato largo, viendo algo y recordando. Esta historia también nos habla de que María no tenía una receta fija para todo, sino que la receta siempre puede ir cambiando. Por último, cuando termina la visita, uno puede levantar un teléfono antiguo que hay en la cocina y puede escuchar ese «gracias» a María Elena por todo lo que nos dio. Creo que ese objeto y ese agradecimiento es muy emblemático.
La Casa Museo MEW, durante el mes de julio y agosto, abre sus puertas de miércoles a viernes de 9 a 18 hs. Sábados de 11 a 20 hs. Domingos de 11 a 18 h. Te acerca el Tren Sarmiento- Estación Ramos Mejía; Autopista Acceso Oeste y varias líneas de colectivo. Ver
Estuvieron a cargo de la museografía junto a Maribel García: Ivan Moisseff, realizador; Karina Ruiz, curadora; Marilyn Garcia Naviliat, educadora de museos; Matias Merlos, diseñador; Cesar Carrizo, ilustrador. Y los equipos de Todo cabe en un jarrito y Mate; Luis Rojas, montaje; Marcela Sabio, investigadora; Jorge Arabito, audios y videos de archivo.