La única casa que aún persiste sobre el mar desafió la sal, el agua, los médanos y
el fuego en múltiples atentados anónimos que la dejaron solitaria e invadida de
anécdotas y, a la vez, llena de amor familiar.

Claromecó, la perla costera con los mejores atardeceres de toda la
provincia de Buenos Aires, ubicada a 562 kilómetros de Capital Federal,
atesora entre sus dunas una historia de amor familiar, resistencia, misterio
y memoria. Sobre la playa, donde el viento y el mar imponen su autoridad,
se encuentra la última casa que desafió al tiempo. Las otras –
aproximadamente 60 -construidas en madera- fueron incendiadas.

Su fachada solitaria, desgastada por la sal y el agua y sus cimientos
enterrados en la arena, narran una historia que la empodera: la de
sobrevivir contra todo pronóstico.

Construida entre 1935 y 1940, fue la única realizada con ladrillos, que
acompañó a la gran cantidad de construcciones de madera que por años
poblaron la playa de Claromecó y sufrieron, en distintas épocas, incendios
intencionales. La propiedad pertenece a la familia Florez, pero fue
edificada por “Grandes Almacenes El ABC”, un negocio de ramos
generales, que a fin de año sorteó entre su clientela una casa en el mar y
otra en Tres Arroyos -ciudad cabecera del Partido al cual pertenece
Claromecó- El afortunado ganador, quien estaba construyendo su propia
casa, decidió venderla y en esa circunstancia ahí fue que Vitalino Florez,
adquirió la que actualmente es la única casa privilegiada que sigue
abriendo las ventanas frente al mar.

Elevada sobre pilotes que la protegen de la marea, es mucho más que una
construcción; es el refugio y la historia familiar de la familia Florez. Pero
también de las risas de jóvenes que, al amanecer, se refugian debajo de
ella y sueñan con nuevas posibilidades, mientras contemplan los primeros
rayos de sol reflejados en el agua.

Con chapas castigadas por la sal y el paso del tiempo, se mantiene firme,
custodiando memorias y ofreciendo cobijo a todo aquel que cruza su
puerta. Rolando “Toto” Florez, actual propietario, y quien la habita la
mayor parte del año, la experimenta como un espacio que reúne el
pasado y el presente. “Vivir mi niñez en este lugar fue increíble, nos
levantábamos y nos tirábamos de la ventana de la habitación
directamente al médano. Era un espacio de encuentro familiar único, mi
abuela amasaba los ravioles y nosotros jugábamos en el mar”, relata.

Además de los hermanos Florez, sus propios hijos también heredaron el
amor por este mágico espacio “Toda la familia veranea en esta casita, y
estamos de acuerdo en preservarla como un lugar de encuentro, como fue
siempre”, cuenta orgulloso.

Añorando un tiempo pasado, los ojos azules de Rolando, que parecen
heredados del mismísimo mar, cuentan historias de épocas anteriores “Mi
abuelo tenía siete hermanos, por lo tanto, hacíamos muy bien las cuentas
repartiendo semanas y quincenas para que todos pudieran venir. En los
recambios, la familia que llegaba almorzaba con la que se iba. En ese
tiempo mi abuelo venía y se iba a pescar acá enfrente con redes, y
comíamos el pescado en el momento”, comenta con la mirada hacia el
mar.

El interior de la casa es un museo viviente. Un cuadro rectangular con tres
fotos de distintas épocas refleja los cambios y la permanencia; las tablas
de surf suspendidas en un rincón, una mesa de madera donde la abuela
cocinaba para toda la familia y el aroma marino transportan a la esencia
de Claromecó: libertad, aventura y hogar.

Desde ese balcón, la vida parece más amable, más simple, más viva.
Visitarla es más que una experiencia visual: es un viaje hacia la historia de
Claromecó y su eterna conexión con el mar.

Pero esta casa no solo enfrentó la fuerza de los médanos en constante
movimiento, sino también las huellas humanas en forma de atentados
anónimos. El fuego intencional intentó consumirla más de una vez, pero
cada llama que la envolvió dejó cicatrices que hablan de resistencia y sigue
firme frente al mar. Sin embargo, sus construcciones inmediatas fueron
desapareciendo en cada una de estas fogatas.

“El fuego nos atacó en manos de anónimos durante distintas épocas,
siempre en pleno invierno, cuando las casas estaban desocupadas. El
último lo presenció todo el pueblo; las llamas consumieron las casas de
Perlita y la de Alberto Dassis, que eran las dos últimas que quedaban tras
los incendios anteriores. La nuestra, al ser la única construida con
materiales sólidos, logró resistir”, relata Rolando.

Marina Villanueva, conocida como Perla, quien también tuvo su casa en la
arena y fue vecina directa de la familia Florez, recuerda con nostalgia los
momentos vividos allí. “Debajo de la casa poníamos hamacas y columpios,
y solíamos hacer paellas deliciosas que comíamos a orillas del mar. Mi
familia compró nuestra casa en Claromecó en 1950. Estaba elevada sobre
pilotes, con entrada y salida porque el mar subía y pasaba por debajo.
Según tengo entendido, estas casas eran de origen holandés y en total
había unas 56. En mi caso, firmé un convenio con la provincia que
establecía que retiraría la casa si así me lo solicitaban. Con esa idea en
mente, compré un terreno en la costanera, entre las calles 26 y 28, que
aún conservo. Sin embargo, ya no tengo la casa porque fue destruida en
un incendio intencional, cuya autoría nunca se esclareció. Poco a poco, las
casas comenzaron a desaparecer, siendo saqueadas o incendiadas.

Muchas personas opinaban que afeaban la playa. Un viernes por la noche,
prendieron fuego mi casa, pero los bomberos lograron apagarlo. Sin
embargo, el lunes siguiente, el fuego comenzó desde el otro extremo y
quemaron cinco casas juntas. La mía se salvó inicialmente gracias a un
médano, pero poco tiempo después, por 1989 o 1990, la prendieron fuego
con combustible, y no quedó nada: ni la heladera, ni la mesada de acero
inoxidable, ni la estufa a leña. Todo se perdió en medio de un silencio
cómplice. A pesar de todo, sigo viniendo a Claromecó. Me hice una casa lo
más cerca posible del mar, pero lejos del bullicio. Nuestra casa original
tenía 19 camas y siempre estaba llena de gente, como sucede ahora
cuando veraneamos en familia. Es parte de nuestra esencia, veraneamos
como un cardumen», relata Perla con una mezcla de tristeza y cariño.

Testigo de innumerables historias, la vivienda de los Florez, se convirtió en
un símbolo para los habitantes y visitantes de Claromecó, evocando
tiempos en que la costa contaba con otras construcciones, las cuales hoy
solo sobreviven en la memoria de quienes las habitaron. Sus paredes han
sido testigos de anécdotas tan variadas como los secretos que guarda el
mar que la rodea.

La última casa que resistió sobre la arena no es solo un edificio; es un
monumento a la lucha contra la adversidad, una postal que invita a
reflexionar sobre el paso del tiempo, la relación con la naturaleza y la
importancia de preservar el patrimonio, material e inmaterial, de la costa.
La historia de las casas que desaparecieron en Claromecó
A principios del siglo XX, Claromecó se convirtió en un destino popular
para turistas, especialmente tresarroyenses y chacareros. En esa época,
comenzaron a construirse casas de veraneo de madera sobre pilares,
diseñadas para resistir las crecidas del mar y la inestabilidad del suelo
costero.

Sin embargo, desde los años 70 hasta la última quema en los 90, alrededor
de 57 de estas viviendas desaparecieron. Las razones fueron variadas:
abandono por parte de los dueños, conflictos legales entre el propietario
de las tierras, el señor Bellocq (propietario de la tierra donde se emplaza
la localidad), el gobierno provincial, y la presión de la urbanización.

Algunos alegaban que estas construcciones «daban mala imagen» otros
que «obstruían la vista del mar». Además, las tormentas y los médanos
contribuyeron a su deterioro y desaparición.

En 1978, solo quedaban unas pocas casas, muchas en estado de
abandono. Aunque la Municipalidad de Tres Arroyos propuso un proyecto
para recuperarlas y darles un uso cultural y turístico, el plan no se
concretó. Finalmente, entre los años 70 y 80, las últimas edificaciones
fueron consumidas por incendios en circunstancias nunca esclarecidas.
Hoy, estas casas son parte de la memoria de Claromecó. Algunas
imágenes de ellas se conservan en el Museo Aníbal Paz, como testigos de
una era que ya no existe.

Este destino lleno de sol, mar, magia y familiaridad en las playas más
lindas de la Costa Atlántica sigue convocando a miles de turistas que año
tras año lo vuelven a elegir sin dudar, como a aquel viejo amor de la
adolescencia.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí