Es a partir de un estudio en la Base Decepción, instalada en una isla en la cual se registraron erupciones en 1967, 1969 y 1970, realizado por investigadores de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y del Instituto Antártico Argentino (IAA).

Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y del Instituto Antártico Argentino (IAA) pasó el verano en la base Decepción, construida en 1948 sobre una isla que en realidad es un volcán activo con varias erupciones registradas en los últimos 50 años y en donde trabajan para identificar señales que permitan comprender su comportamiento.

La isla Decepción forma parte de una cadena volcánica que nace desde el fondo marino antártico, e incluye una decena de volcanes de los cuales tres emergieron en forma de islas (Decepción, Bridgeman y Pingüino) y el resto permanece sumergido. Además, el volcán de Decepción es el único del que existe registro histórico de erupciones.

El doctor en Ciencias Geológicas, docente de la UBA e investigador del Conicet, Mariano Agusto, afirmó -en diálogo con Télam- que «si bien es cierto que la característica más reconocible de la Antártida es el gran manto de nieve y hielo y la fauna asociada a ese ambiente, también hay volcanes activos, y en el sector antártico argentino el volcán de la isla Decepción tiene erupciones registradas y bien documentadas en 1967, 1969 y 1970».

Agusto sostuvo que «entre el sector noroeste de la Península Antártica y el archipiélago de las Shetland del Sur hay un estrecho que se conoce como Mar de la Flota (o estrecho de Bransfield) donde se desarrolla la cadena volcánica de la que emerge la isla Decepción; ésta había sido descubierta por expedicionarios foqueros-balleneros ingleses y noruegos durante el siglo XIX. La actividad se abandonó en la isla a principios del siglo XX, por la caída del precio del aceite de ballena cuando el petróleo lo reemplazo como combustible».

«Allí Argentina estableció la base antártica Decepción en 1948 y también construyeron instalaciones propias Chile y el Reino Unido. Las erupciones de 1967 y 1969 destruyeron las instalaciones de ambos países y abandonaron la isla», recordó.

El investigador contó que «hasta la erupción de 1967 la base Argentina Decepción era permanente, pero a partir de esas últimas erupciones Argentina utilizó su emplazamiento como una base de verano dedicada a estudios de volcanología, mientras que a principios de la última década del siglo XX España instaló una base que realiza monitoreo sismológico entre otros estudios. Este verano, con el despliegue del equipo de cinco investigadores que trabajamos en ese lugar, Argentina reactivó sus investigaciones volcanológicas en la región, después de cerca de diez años».

El equipo de investigadores estuvo conformado por Agusto, Clara Lamberti, Pablo Forte, Lucas Guerriero y Adriana Ariza Pardo (investigadora invitada de Colombia). Los trabajos se llevaron a cabo en el marco de un proyecto conjunto con el IAA, y con el apoyo logístico de las fuerzas del Comando Conjunto Antártico.

«Las investigaciones argentinas en la Isla, si bien abarcan aspectos de la volcanología en general, se concentran en el estudio geoquímico de los gases volcánicos, de sus particulares emisiones fumarólicas y la de sus aguas termales que, además, son un gran atractivo para el turismo antártico y casi que una parada obligada para los cruceros que operan en la zona», mencionó.

Agusto aclaró que «toda la isla es un volcán activo, alimentado por una cámara magmática activa que puede entrar en erupción dentro de 50 años o dentro de un mes. Hasta el momento es complejo estimar cuándo podría tener una nueva erupción y si sería con mayor o menor violencia; pero lo que sí podemos hacer es investigarlo para determinar sus características e identificar señales que nos permitan comprender su comportamiento».

«A partir del estudio de las rocas, el registro geológico de la isla, sabemos que algunas erupciones fueron más tranquilas y otras más violentas y que esto está vinculado con el lugar de la isla en la que se desarrollaron porque cuando el magma entra en contacto con el agua las erupciones se hacen más enérgicas. Por otro lado, a partir del estudio de las señales actuales que ahora estamos realizando, como las variaciones de composición, flujo y temperatura de los gases volcánicos, el objetivo es establecer una línea de base con información que permita construir un patrón de comportamiento del volcán, fundamental para la identificación de señales precursoras de una futura reactivación», indicó.

El científico resaltó que «los investigadores que estuvimos este verano en Decepción formamos parte del Grupo de Estudio y Seguimiento de Volcanes Activos (Gesva), del instituto Idean de la UBA y el Conicet, que todos los veranos trabajamos en volcanes activos en la Cordillera de los Andes como el Copahue en Neuquén o el Peteroa en Mendoza, en conjunto con otros organismos argentinos como el Observatorio Argentino de Vigilancia Volcánica (Segemar) y la CNEA. Quienes trabajamos en esta disciplina sabemos que se trata de una actividad que implica riegos, pero tomamos las precauciones necesarias. En la Isla Decepción contamos, además, con el apoyo de la información sismológica de la base española (y para los próximos años esperamos también del Segemar) para saber si sucede algo fuera de la ordinario y, en caso de que los datos indiquen un riesgo próximo sabemos que emitiendo un alerta en uno o dos días podemos ser evacuados».

«Otro aspecto importante es que al seguimiento volcanológico de la Isla Decepción se le han sumado estudios que brindan mayor información sobre las características geotérmicas de la isla, que nos van a dar mayor detalle sobre las características de este particular sistema volcánico-hidrotermal», completó Agusto.

La Base Decepción está ubicada en la costa sudoeste de bahía Primero de Mayo en la isla Decepción de las Shetland del Sur, a unos 1.000 kilómetros de la ciudad fueguina de Ushuaia y a cerca de 3.100 kilómetros en línea recta de Buenos Aires, su temperatura mínima promedio anual es de 5,5 grados bajo cero y una temperatura máxima promedio anual de 1,2 grados bajo cero.

Fuente: Télam