¿Hay algo mejor que disfrutar de un bocado de felicidad rodeado de postales de ensueño? Tal vez, pero pocas cosas se le comparan. Y Argentina, por supuesto, sabe de ambas: horizontes de los más variados y chocolates de altísimo nivel. En esta nota, dónde degustar el sabor del cacao nacional acompañado de algunas de las mejores vistas del país.
El chocolate hace bien al corazón. Lo dicen los profesionales: además de liberar endorfinas y desatar una fiesta de sabor en la boca, mejora la circulación cardiovascular, es bueno para el cerebro, es antioxidante y se trata de un estimulante natural. Razones para celebrar este productazo sobran. Pero además, hoy se brinda en honor al nacimiento del autor británico Roald Dahl y creador de “Charlie y la fábrica de chocolate” y el cumpleaños de la eminencia del cacao Milton Snavely Hershey, fundador de The Hershey Chocolate Company.
¿Acaso se alinearon los planetas chocolateros un 13 de septiembre? Claro que sí. Y para festejar este momento, cuatro destinos por Argentina diseñados para deleitar la retina y el paladar:
Chocolate amargo en Cuyo
Una región dueña de ecuaciones gastronómicas y paisajísticas que seduce a viajeros del mundo entero. Pues no solo es sede de bodegas reconocidas por organizaciones como The World ‘s Best Vineyards, sino que sus tonalidades y movidas turísticas son suficientes para mover la brújula de cualquier trotamundos. De hecho, con el abrazo de la Cordillera de los Andes y vistas privilegiadas al Aconcagua – una de las montañas más altas del globo -, los inquietos la eligen sin dudar como locación de aventuras varias.
La fórmula para desbloquear el gusto cuyano es sencillamente encantadora. En una imagen: copa en mano, chocolate amargo y el verde eterno de los viñedos más destacados de la región. Es que entre colores oscuros se entienden mejor, porque el Malbec –cepa reconocida mundialmente- combina con las notas intensas del cacao más puro.
Chocolate en rama en La Patagonia
Frío y chocolate, chocolate y frío; los declaramos la pareja más querida y maravillosa de los últimos tiempos. Si hay combinación más perfecta, no queremos saberlo. Es que nada potencia el sabor de lo dulce como la mantita y la necesidad de algo caliente. La Patagonia argentina alza la bandera chocolatera con creces: bombones, en barra, fondue y sobre todo el chocolate en rama, ni más ni menos que la especialidad dulcera de Bariloche.
Pero el encanto no termina en mero bocado. La fruición del manjar se extiende en experiencias inolvidables, como una degustación a bordo de una embarcación por el lago Nahuel Huapi, el acompañamiento a través del Camino de los Siete Lagos o en el Fin del Mundo –o el principio de todo- en Ushuaia.
De vientos y distancias largas se construyen las leyendas patagónicas, que encuentran en el chocolate el socio ideal para terminar de imprimir la mística de la región.
Helado artesanal en Santa Fe
Rosario – la ciudad que vio nacer a Messi – fue declarada en 1999 la capital nacional del helado artesanal. Un título que le cabe como anillo al dedo porque de sus 190 heladerías, 150 son artesanales. De hecho, con entre 9 y 10 kilos, es la urbe con mayor consumo de helado per cápita en el país y tiene la cantidad más alta de heladeros artesanales y locales por habitante. ¿Quedan dudas? Ninguna. Con semejantes estadísticas a su favor, hay que tachar de la lista rosarina deleitarse con un cucurucho de chocolate nacional. Y la receta solo se completa al atardecer, con una fotografía inigualable de la costanera santafesina que se inunda de magia mientras los rayos del sol se funden en el Río Paraná.
Alfajores, un clásico de Ushuaia a La Quiaca
Se dice alfajor, se lee Argentina. Un clásico de la infancia que incluso mejora con el correr del tiempo. Es ese bocado de felicidad que cómodamente se asentó como parte del ADN nacional. En pocas palabras, es la belleza de lo simple: cobertura de chocolate, dos galletas y un relleno insuperable de dulce de leche resulta, quizás, el más famoso. En la Provincia de Buenos Aires, más precisamente en Mar Del Plata, el balneario más grande del país, se establecieron marcas importantes, que hoy son un sello inconfundible del lugar y que todos los viajeros y viajeras del mundo relacionan. De hecho, es casi imposible volver de un viaje a la playa sin docenas varias de felicidad. Y por supuesto, sus arenas y acantilados potencian el sabor de esta insignia nacional.
Ahora bien, como fiel reliquia gastronómica que es, muchas provincias idearon su propia versión. Por ejemplo, en el Litoral puede tener tres capas y una cobertura de azúcar glaseado. El cordobés, otro sitio tradicional, suele rellenarse de fruta como el membrillo y casi no tiene chocolate. El de Tucumán se prepara con miel de azúcar de caña, tapas muy finitas y un interior de dulce de leche, membrillo o merengue. Y el catamarqueño le agrega un baño de merengue y nueces. ¿Habrá que probar todos? Habrá que probar todos.