Entre la quietud de los campos y el murmullo lejano de la ciudad, existen paraísos escondidos: las lagunas de San Vicente, San Miguel del Monte y Lezama. La naturaleza muestra su cara más apacible, el agua refleja el cielo y los días parecen detenerse y son una invitación a sumergirse en un descanso profundo.

El lienzo acuático de San Vicente, tranquilidad y belleza natural

A 45 kilómetros de Capital Federal, San Vicente es un susurro de frescura en medio del calor veraniego y su laguna, un refugio ideal para desconectar del ruido. Rodeada de un paisaje rural donde el verde se mezcla con los tonos dorados de los campos de trigo, este espejo de agua aparece como un oasis lleno de vida.

Su naturaleza tranquila y sus aguas claras invitan a la reflexión, a las caminatas por sus orillas y, por supuesto, a los paseos en bote. Desde el amanecer, cuando los rayos del sol tiñen de colores ocres la superficie, hasta el atardecer, cuando los tonos anaranjados y rosados la convierten en un lienzo móvil, la laguna de San Vicente invita a la calma.

Una comida rica frente al agua serena es indispensable para completar un día perfecto, y es que la variedad en Bunker Hamburguesería -@holabunker- no falta. Con más de 23 menúes distintos, convoca a saborear y disfrutar.“Tenemos café, tragos fríos, medialunas, tostados y postres para una tarde relajada, o cócteles y bebidas para disfrutar la noche, ”, detalló Agustin Izzi, uno de los propietarios del restaurante.

Este lugar fue creado por un grupo de cinco amigos de San Vicente, que aman a su pueblo e insisten en que todo aquel que lo visite lo ame al igual que ellos. Es por eso que la calidad gastronómica y el buen ambiente, en Bunker, siempre están presentes.

“Nuestra comida es nuestra pasión” , agregó Izzi. Las hamburguesas, especialidad de la casa, son completamente caseras, hechas con carne seleccionada y procesada por ellos mismos. Pero eso no es todo, también ofrecen sandwiches de lomo cortado a cuchillo, wraps de pollo y ensaladas César, perfectas para deportistas y ciclistas que buscan comer más ligero.

Con estilo de vida campestre, San Vicente es uno de los pueblos más antiguos de la provincia de Buenos Aires. Cuenta con una gran laguna rodeada de flora autóctona, ideal para la pesca y los deportes náuticos sin motor o las caminatas inmersas en la tranquilidad absoluta. En el pasado fue zona de grandes estancias que luego se subdividieron en quintas. Una de ellas fue propiedad del ex presidente Juan Domingo Perón, denominada 17 de Octubre, hoy Museo Histórico Provincial y Mausoleo.

Reflejos de paz, San Miguel del Monte

Siguiendo el rumbo hacia el sur, a 353 kilómetros de Mar del Plata, está San Miguel del Monte, una pequeña ciudad que también se siente grande en belleza. La laguna de Monte, como la llaman sus habitantes, es mucho más que un espejo de agua. Es una extensión de vida, un punto de encuentro entre la fauna autóctona y un sitio para relajarse mientras el viento acaricia suavemente los rostros. “La variada avifauna permite atesorar los cantos y la compañía de garzas y macaes, gallaretas, tachurí sietecolores, junquero, cisne de cuello negro, espátula rosada, tero real y tero común, chajá, pecho amarillo, jilguero, cabecita negra, entre otras especies” , detallaron desde Turismo local.

Esta laguna, es famosa por su imponente tamaño y la diversidad de actividades que ofrece. Desde el windsurf hasta las tranquilas travesías en bote, cada rincón es una aventura.

Lo que realmente seduce de Monte es el ritmo pausado de sus días. Allí no hay prisas. Las familias se reúnen para hacer picnics a la sombra de los álamos, mientras los pescadores locales lanzan las cañas en busca del tan ansiado Dorado.

Los más intrépidos se adentran en sus aguas a bordo de canoas o kayaks, mientras los pájaros danzan por el aire, siempre vigilantes. Es un lugar donde los recuerdos de la infancia parecen cobrar vida “Es el punto de encuentro que reúne a familiares y amigos en cualquier momento del día. La Laguna de Monte es una de las insignias que nos representan como montenses, por tal motivo, es una parte fundamental en el armado de nuestra identidad”, concluyeron.

Este destino turístico bonaerense muestra que el tiempo no siempre tiene que correr. En la quietud de sus aguas, se percibe la conexión con algo más grande que nosotros, como si el paisaje nos estuviera susurrando historias de otros tiempos.

Laguna Chis Chis en Lezama: la voz de pueblos antiguos
A 116 kilómetros de La Plata, la laguna Chis Chis o “Chus Chus”, fue nombrada así por los Tehuelches -coloquialmente conocidos como Los Pampas-, quienes habitaron esta región hasta la Patagonia. Este vocablo significa “guadal, limos” y hace referencia a esta laguna como “guadalosa” debido a su fondo de barro y toscas.

Perteneciente al sistema de Encadenadas, típico espejo de agua pampeano de 1,5 metros de profundidad y 14, 7 metros cuadrados de superficie, promete paz absoluta. Lezama, ese pequeño pueblo que parece surgir de una pintura de campo, tiene a Chis Chis como su tesoro secreto. Ahí, lejos del bullicio de la ciudad, todo se ralentiza.

El pesquero y camping El Faro -@pesquero_el_faro-, ubicado sobre la laguna, a la altura del kilómetro 143,5 sobre la Ruta 2, resguarda lo más bonito para pasar el día en la localidad Monasterio. “Se puede acampar y está plenamente enfocado en deportes acuáticos: bajada de lanchas, alquiler de kayak y botes. En verano las propuestas son más recreativas”, contó su propietario, Germán Codd.

Con un aire mucho más rústico y natural que sus hermanas mayores, las aguas de esta laguna son perfectas para una experiencia más íntima. No hay grandes infraestructuras, lo que la convierte en un refugio de calma. Es el tipo de destino donde se puede dejar el teléfono en casa y dar paso a las caminatas por la orilla. “Tuvimos varios años de sequía, bajaron las aguas pero ahora junto a biólogos de la facultad de La Plata, estamos sembrando pejerreyes, la especie que predomina en Chis Chis”, agregó.

Es fácil perderse en sus tranquilos rincones, rodeados por el verde espeso que parece guardar celosamente su belleza. Los habitantes, con una amabilidad transmiten la sencillez de la vida: una tarde de mate bajo los árboles, o una charla al borde del agua, mientras el sol se va poniendo detrás de las montañas de pastizales.

Cada una de estas lagunas ofrece un paisaje distinto, pero todas comparten algo: la invitación a dejarse llevar por el ritmo del agua y la tierra. Ya sea en el descanso sereno de San Vicente, en el animado vaivén de San Miguel del Monte, o en la soledad de Chis Chis, se encuentra algo más que un destino: una experiencia sensorial que relaja el cuerpo y calma el alma, para una escapada del verano bueno, bonito y bonaerense.

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