El Museo Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo inaugura una exposición sobre la obra Sameer Makarius, quien marcó la época del despegue de la fotografía en nuestro país. En esta nota, un texto escrito por su hijo, Karim.
El jueves 7 de julio a las 16 h se inaugura La Imagen Generosa, exhibición sobre la obra del fotógrafo y artista Sameer Makarius, con la curaduría de su hijo Karim Makarius, de María Laura Pérez Veronesi y de Marcelo Pizarro.
La Imagen Generosa propone un recorrido por el trabajo de Sameer Makarius entre los años 1953 y 1968. Incluye parte de su obra fotográfica, objetos de su laboratorio, sus cámaras y numerosos documentos, por lo que consiste en la primera muestra en Argentina que comparte integralmente su arte y su trabajo.
Sameer Makarius marcó una época para el despegue de la fotografía en la Argentina. Su arte cobró dimensión internacional y trascendió la vida cultural argentina para convertirlo en un fotógrafo de renombre en el mundo entero.
Con una mirada sensible e inteligente, el artista recorrió las calles de Buenos Aires con su cámara fotográfica durante las décadas de los cincuenta y los sesenta. Sus imágenes registran la vida cotidiana de lugares comunes y emblemáticos de una ciudad diversa y dinámica.
Sobre Sameer Makarius, por Karim Makarius
Si bien nació en El Cairo, Egipto, en 1924, mi padre se educó entre los años 1930 y 1940 en Berlín, Alemania, para luego pasar la Segunda Guerra Mundial en Hungría. Relató en un escrito que cuando cruzaron la frontera húngara se sintió defraudado, hasta que desayunó pan con salame típico húngaro y se enamoró de ese país.
En Budapest, según el mismo relato, vivió en la frontera del gueto judío. Allí ayudó a alimentar y a refugiar a judíos en el edificio donde era encargado. También se dedicó a falsificar documentación para salvar a muchas familias de los nazis hasta que un día la Gestapo apareció a buscarlo. Se pudo escapar dos veces, pero, ante la amenaza a su madre, se presentó ante los oficiales alemanes. Ellos le leyeron los cargos, que, obviamente, eran verdaderos. Rápido de reflejos, contestó en alemán, ya que era su idioma natal —además del árabe—, que él negaba todos los cargos y que quería conocer los datos del denunciante. El oficial se quedó sorprendido por la contestación en perfecto alemán y dudó unos instantes para luego saludarlo y decirle que podía retirarse.
Tras ese episodio, se refugió en la embajada de Suiza con su madre hasta el final de la guerra. Luego se dedicó al arte concreto y participó de Európai Iskola, un movimiento que actualmente tiene una gran trascendencia en Hungría con varias exposiciones en museos.
Ante la invasión soviética a Hungría, se escapó en un camión de la Cruz Roja con rumbo a Suiza, donde el arquitecto y artista Max Bill lo recibió y ayudó con su carrera artística. Se radicó en Argentina en 1953 con su mujer de origen húngaro, Eva Reiner (mi madre). Al llegar, empezó a recorrer Buenos Aires con su cámara Leica para conocer la ciudad, sus costumbres y su idioma.
Habiendo conocido en Francia a Henri Cartier-Bresson, quien evidentemente ejerció una gran influencia en su arte fotográfico, buscó y logró editar dos libros sobre Buenos Aires que le valieron su reconocimiento como fotógrafo. Aun así, él se consideraba un pintor abstracto, perteneciente a la vanguardia artística no figurativa. En 1961 fue invitado a participar de la primera muestra del grupo Otra Figuración en la Galería Peuser, con Jorge de La Vega, Rómulo Macció, Ernesto Deira, Luis Felipe Noé y Carolina Muchnik.
Mi padre opinaba que la fotografía se hacía con una cámara en forma mecánica, mientras que el resto de las obras que firmaba necesitaban de una dosis de creación. Por ello sus fotografías no llevan firma de puño y letra.