Después del encierro al que nos llevó el coronavirus, Vera e Ishtar -una pareja de artistas hondureñas- decidieron que era el momento de hacer un alto en la vida. Remodelaron una vieja combi VW y se lanzaron a la ruta. Tras unos 8 mil kilómetros por Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina, ya están en Buenos Aires. ¿El objetivo? Llegar a Tierra del Fuego.

Hay cierto mandato social normativo de que, a los treinta años, uno debe haber cumplido con algunos items de la lista de lo que significa ser “un adulto encaminado”. Tener un trabajo estable y ascendente, una pareja (monógama), proyectar hijos, un auto y una casa propia: una fantasia a lo familia Ingalls cada vez más inalcanzable (y arcaica).

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Sin embargo la pandemia, la crisis económica y el avance del calentamiento global están desestabilizando la noción tradicional de futuro, haciendo que muchos millenials de +30 rompan con estos preceptos, que no tienen correlato en la realidad material más extendida.

Dentro de este grupo de gente que ronda la treintena y se resiste a cumplir con estas reglas canónicas se encuentran Ishtar y Vera. Ellas son una pareja de hondureñas que se dedican al teatro y que, en medio de la epidemia del Covid-19, se animaron a concretar un sueño de muchos, pero al que realmente, pocos se animan: recorrer Latinoamérica en una casa rodante.

En este caso, más bien, en una combi vintage Volkswagen junto a su perrita husky Julia, de dos años, a la que consideran “el centro” de la travesía.

Ya pasaron por Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina, y su punto final es, obviamente, Usuhaia, a donde esperan llegar este verano.

Aunque el impulso de viajar, movilizado por su deseo de conocer el mundo, fue inequívoco, tardaron un año entero en encontrar la combi perfecta y acondicionarla. “Básicamente a la que compramos le sacamos todos los muebles antiguos que tenía y la pintamos, por dentro y por fuera, y los volvimos a construir desde cero. Solo mandamos a hacer la cama sofá, pero el resto de las cosas las hicimos solas, aunque no sabiamos mucho de carpinteria, conseguimos las herramientas y nos mandamos de una. La instalación eléctrica también la armamos de esa forma. Varios meses después de haber arrancado nuestro viaje compamos un panel solar para tener una heladera adentro. Ahora somos súper autosustentables”, dice Ishtar.

Una de las preguntas que seguramente más curiosidad despierta es cómo se bañan: «Tenemos un tanque de agua que cargamos con una manguera, de ahí sale una canilla. De la parte de atrás de la combi, en la cajuela, hay una cortina que la rodea, y nos bañamos ahí. Funciona bien en los lugares de climas cálidos, en Buenos Aires ya es más complicado», coinciden al unísono.

-¿Cómo deciden la ruta?

-Vemos primero el mapa del país y los puntos que resaltan, y consultamos en blogs de viajes y google. Pero más que nada vamos conociendo a otros viajeros en la ruta o gente local. Alguien te dice “este lugar es hermoso, no se lo pueden perder”, y cuando llegamos, otro nos sugiere un nuevo punto a dos o tres horas, y vamos. Obviamente, todo el timpo corroborábamos siempre en internet si era seguro y si dejaban entrar animales.

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-¿Cuál es el desafío de viajar siendo una pareja de mujeres? ¿Cómo se sintieron?

-El desafío de ser mujeres es que siempre consideran que somos más débiles y bobas, que no sabemos de mecánica y que necesitamos un hombre que nos ayude. Constantemente nos preguntaban si nos daba miedo viajar solas, y nosotras les contestábamos que no estábamos solas, que somos dos personas y una perra. Nos transmitían la sensación de que estábamos en un peligro constante por ser mujeres. Que puede ser, pero no podemos vivir pensándolo.

-¿Qué medidas de seguridad tomaban?

-Teníamos un bate de beisbol cerca de la puerta, y una picana. No dormíamos en cualquier lugar; hay una aplicación que se llama Overlander con GPS, que te manda un mapa y vos ves los puntos donde se quedaron otros viajeros. Hay reseñas de personas que comentan si un espacio es seguro o no. Es una medida de seguridad que todo el mundo debería tener, realmente.

-Y con respecto al hecho de ser lesbianas, ¿alguna vez les dijeron algo incómodo o discriminador?

-A la gente le shockeaba un montón. Lo negaban, nos decían: “¿Y tu hermana sabe manejar?”; y yo respondía: “No es mi hermana, es mi novia”. E inmediatamente se referían a ella como “mi amiga”.

A la hora de describir la experiencia de viajar, Ishtar comenta que lo más complicado fue “adaptarse a un espacio reducido”, sobre todo a medida que Julia, a la que adoptaron casi recién nacida, crecía. “También aprendimos a relajarnos, porque a veces estamos cansadas, agobiadas, las cosas se rompen…Antes estábamos muy pendientes de cumplir nuestras metas. Con el tiempo eso fue fluyendo y cuando llegábamos a un lugar lindo, no dudábamos en quedarnos. Nos gusta mucho la naturaleza, estar lejos del mundo, pero también recorrer pueblos y ciudades y conocer distintas culturas. Creo que fue aprender a vivir, así tan simple”, señala.

-¿A qué lugares volverían?

-Minca, en Medellín y la Guajira, en Colombia. La Sierra Ecuatoriana y la amazonia. Boquete, en Panamá; Cerro de la Muerte, en Costa Rica; Ometepe, en Nicaragua y La Sierra, en Perú. Ahí conocimos muchos nuevos amigos, otros eran simplemente hermosos y fantaseábamos con quedarnos a vivir.

-¿Y hubo algún destino sienten que fue un fiasco?

-Ninguno. Tal vez no fue el lugar, pero fue el momento. Llegamos a Perú en medio de tormentas extremas y crecidas de los ríos que vienen desde las sierras. El agua estaba muy revuelta, el mar también, se habían roto puentes, no podíamos entrar a ningún lugar, nos inundamos, se nos llenó de agua la combi y estuvimos una semana en una gasolinera esperando que abran un puente para seguir avanzando. También llegamos justo cuando hubo un golpe político y muchas carreteras estaban cortadas. Los planetas se alinearon y sufrimos Perú.

Viajar con una perra, también, tiene sus complejidades. Para llevarse a Julia a esta aventura, tienen que ser muy ordenadas con tener los permisos y vacunas al día. Más allá de eso, consideran que lo más desafiante es organizarse con el dinero.

En la ruta, Vera e Ishtar venden artesanías y hacen shows en las plazas. “Yo creo que lo más difícil es organizarnos con la plata y tener un fondo común reservado para cualquier emergencia”, dice Vera.

-¿Qué le recomendarían a otro viajero o viajera que quiere hacer una travesía rutera?

-Primero, que hay que usar la aplicación Overlander. Es maravillosa, no solo muestra lugares seguros o inseguros, sino también mecánicos, veterinarias, médicos, dónde hacer trámites de aduana, de migración, dónde cargar gas para el anafe, es muy completa, te resuelve la vida al instante. Nosotras ya la conocíamos, pero tardamos un montón de tiempo en descargarla. Hasta que finalmente lo hicimos después de haber estado viajando unos meses, y nos sentíamos hasta bobas de no haberlo hecho antes. Luego, tener un plan de internet nos resolvió muchos problemas. Compramos en Panamá uno que, con 25 dólares mensuales, tenemos conexión ilimitada para dos celulares. Y la verdad que es fundamemtal para el whatsapp, el GPS, para descargar canciones nuevas y ver películas y trabajar también, o seguir haciendo clases.

Manos a la obra… teatral

Con respecto a ese último punto Ishtar, que vivió antes de la pandemia varios años en Buenos Aires, está haciendo su tesis final para recibirse de dramaturga de la Universidad Nacional de las Artes. Como trabajo de cierre, está produciendo un biodrama inspirado en este viaje, donde cuenta su experiencia como una pareja de migrantes hondureñas.

“La obra tiene físicamente nuestras cosas: las tazas, los platos, la cama y nuestros objetos del cotidiano, pero también muestra nuestra intimidad y nuestro viaje interno y externo”. ¿Cuándo se presentará? En el teatro de La Cárcova -en Costanera Sur- el 2 de septiembre próximo.

Fuente: Télam